El 18 de Octubre de 1945 ocurrió un hecho insólito en la historia de Venezuela. Un golpe de estado, llamado Revolución por sus principales protagonistas, desalojó del poder al último caudillo de la Restauradora andina e instauró, para siempre, en la conducta política del venezolano, la democracia, tal cual como la entiende la modernidad, en el tiempo presente y en todo el Universo. Como un compromiso, en su pluralidad, de las grandes mayorías, el cual no excluye la participación de las minorías, aún de aquellas que no profesan respeto alguno por el sistema mismo, por cuanto la democracia tiene que ser, por encima de cualquier otro carácter, signo o virtud, el gobierno de todos, amplia y decisivamente representativo. Revolución llamaron a aquel golpe de estado, por cuanto su misión principalísima era y fue, incorporar a todos los venezolanos al libre desempeño de sus derechos civiles y políticos, dando el voto a los analfabetas, a las mujeres y a los jóvenes de más de 18 años, por primera vez, en la tan independizada patria de Bolívar. Pero Golpe de Estado por cuanto desconoció las órdenes de la Constitución vigente, en tanto al mantenimiento de un régimen elitesco, extraño al colectivo nacional, propiedad de una clase privilegiada, cuartelaria y entreguista, para nada preocupada por los sentimientos, necesidades y aspiraciones de los venezolanos.
Muchos todavía discuten si fue o no oportuno el golpe de estado del 45 y hasta un último best seller –“El Pasajero de Truman”, de Francisco Suniaga-- recapitula de nuevo, a la luz del presente, sucesos y testimonios sobre aquellos acontecimientos, sin anular, en ningún momento, su cualidad revolucionaria, la instauración, más que en la letra de las leyes, en las mentes de los compatriotas, sin distinción de clases, ni de ideologías, ni de raza, ni de religión, ni de sexo, ni de edad, la democracia como estilo y sistema de vida y de gobierno, con la justicia y la libertad como ejes principales de su sostenimiento, para que jamás se aparte de su pensamiento y de su acción, la voluntad de no permitir el desconocimiento de sus derechos esenciales como ciudadanos de una soberanía específica.
¿Fue o no fue un buen golpe de estado el del 18 de octubre de 1945? Primero, que lo respondan los herederos del perezjimenismo, cuyo poder, abismal, tuvo que ceder a la presión popular y a la oportunísima participación puntual de nuestras fuerzas armadas, para abrirle de nuevo la puerta a la democracia, el 23 de enero de 1958, luego de la contumacia dictatorial de diez años de férrea dominación. Y que también lo respondan quienes se aventuraron en prácticas violentas, insurreccionales, de nuevo cuño, aprendidas en las experiencias cubanas de los años sesenta, a quienes la voluntad democrática de los venezolanos, no sólo abandonó, sino que contribuyó a liquidar, definitivamente, perdonando, si se quiere, a sus promotores y obligándoles a reasumir los caminos del proceder democrático. Que lo respondan, asimismo, el dueño actual del poder nacional y sus adláteres, obsesivos profetas del llamado socialismo bolivariano, para quienes la democracia, deja de ser de todos, deja de ser alternativa, deja de ser plural, deja de ser representativa, para ser, como la de la URSS y la de Cuba, popular, protagónica y participativa, manera de adjudicar su control a un solo grupo, pero de cualquier forma identificando el sistema con el original instaurado el 45. Reconocimiento, al fin, de que en el alma y en la mente de los venezolanos, gobierno sin democracia carece de legitimidad y debe ser desconocido, desacatado y destituido.
Es verdad que el del 18 de octubre del 45 fue un golpe de estado, pero para millones --¡millones!— de venezolanos, en los últimos 65 años, un buen golpe deestado, mediante el cual se instauró la democracia, sustituyendo una imperfecta Constitución por otra carta magna que nos incorporó a la modernidad y a la justicia histórica. Alguien podría decir lo mismo, en ánimo defensivo, con respecto a la extraña composición política ocurrida en el país, en 1999, cuando se sustituyó, subrepticia o sorpresivamente –lo alegamos nosotros— la muy completa Constitución del 61, por la actual, probablemente menos blindada para cubrir de riesgos la democracia que quieren todos los venezolanos. Pero esta sola debilidad no justificaría un nuevo golpe de estado, por lo menos no un buen golpe de estado. Sin embargo, veamos parte importante de lo que ha ocurrido en su ejercicio, el cual, en el mejor o en el peor de los casos, ha servido, fundamentalmente, para entronizar en el poder a un nuevo grupo dominante, el cual, como todos los otros anteriores –el de Páez, el de los Monagas, el de Guzmán Blanco, el de Castro y Gómez, el de Pérez Jiménez— aspira a eternizarse en la anécdota histórica, a través de un Salvador (¡perdónanos Allende!) y un credo específico, únicamente afirmado en las veleidades de un autócrata.
El 11 de abril del 2002, en desprecio del derecho a manifestar pacíficamente, como lo asume la democracia, el gobierno reprime a más de millón y medio de caraqueños, brutalmente, dejando un saldo, aún pendiente, de 19 muertos y centenares de heridos. El Presidente de la República, Comandante Supremo de las FAN bolivarianas, dio orden de aplicación de un cierto Plan Ávila, contra los manifestantes, justificándolo como una medida de imperiosa necesidad para proteger la estabilidad de su régimen. Todos sabemos quien era ese Presidente y todos sabemos en qué consistía el denominado plan de defensa de suinstitucionalidad. Pero el hecho en referencia, la represión de una acción civil callejera, de ciudadanos responsables, no solamente violaba la Constitución del 99, sino que se colocaba al margen de todos los tratados internacionales, suscriptos o no suscriptos por el actual gobierno, en su énfasis en la defensa de los derechos humanos, el de la vida principalmente. ¿Se justificaba o no se justificaba en aquel momento, un buen golpe de estado? Los acontecimientos inmediato-posteriores, respondieron la pregunta; no obstante, la camarilla del poder contaba ya con las herramientas de la manipulación, suficientes para criminalizar a quienes habían actuado en defensa de los principios democráticos de la Constitución.
Pero como comienza el desorden en el supuesto e imperfecto estado de derecho; como hay que mantener una fachada democrática y revelar al mundo la mejor de las intenciones políticas, se va entonces a un referéndum revocatorio, el cual ajustaría las deudas del Primer Mandatario con el pueblo que lo eligió. Y ¡vaya!, luego de un proceso calamitoso de acciones y omisiones, por parte de la institucionalidad, toda bajo control estricto del Mandatario a revocar, se llega a la fecha en la cual se coronan todas las autoridades que proceden a destrozar la virginidad restante de una Constitución asaz violada. El referéndum pasa de revocatorio a ratificatorio, según caprichosa interpretación constitucional del Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral, ya para entonces instrumentado con las célebres máquinas de Smartmatic y las capta-huellas, “descubre” las firmas planas e inhabilita a más de un millón de venezolanos para ejercer su derecho al sufragio, en cuestión tan fundamental para el destino de la República, “logrando” la ratificación del Primer Mandatario, a pesar de que muchos, pero muchos, muchos, de los que lo eligieron, decidieron revocarlo, sin contar al millón inhabilitado. Toda esta aventura plebiscitaria, más que referendaria, se hace a la luz del día, por lo cual constituye un hecho público y notorio, prueba suficiente de que, efectivamente, ocurrió y que mediante su ocurrencia, una vez más, se violó, flagrantemente, la Constitución, con responsabilidad comprobada de casi todas las autoridades vigentes. ¿Podría o no, por estas causas, justificarse un buen golpe de estado?
Y la ronda de las violaciones continúa. Se inventan “las morochas”, ardid electorero mediante el cual se puede dar un doble valor al voto de un mismo elector y llenar de falsos representantes todo un Congreso, sin que prospere ninguna denuncia, ninguna diligencia que ampare el derecho de todos, siempre a favor de una minoría reinante, la cual engaña y engaña, quizás hasta el cansancio. La célebre “lista Tascón” se enriquece con la “Maisanta” y se va a un nuevo proceso. En protesta por las condiciones reinantes, los partidos democráticos deciden no concurrir y el 17% de los electores –¡con la abstención de más del 80% del REP!— “eligen” a los Diputados de la actual Asamblea Nacional, para que se dediquen, ilegítimamente, a legitimar al picaresco y ocurrente Presidente revocado. Se inhabilita a muchos; se persigue y se encarcela a otros; se cierran canales de televisión y se amenaza a la prensa, en un concierto de violaciones a los derechos humanos, a la Constitución y Leyes de la República, así como a los Tratados Internacionales, en la medida en que se alaba y se respalda a regímenes como los dela Cuba comunista, donde en los últimos 50 años, la democracia ha sido solo un sueño de ancianos con memoria. Los nuevos héroes del socialismo asiático, entretanto, se acercan al rebelde escenario --¡fascinante!— de una Venezuela fascista, disfrazada de democracia popular y cohabitante de un mundo al que no pertenece, aún cuando es el productor petrolero que mantiene rodando los automotores que pueblan las autopistas norteamericanas, muy concreta expresión del capitalismo al que dice combatir. ¡Señor, señor!, ¿Qué es esto? ¿Se justifica o no un buen golpe de estado?
Hay más todavía, si no lo hemos olvidado. Se “fragua” otra consulta popular, para reformar la Constitución y acercarla al ideario comunista, llamado socialista para engañar incautos. Pese a todo su dominio, a toda la trampa empleada, al índice fraudulento de las instituciones que lo soportan, el “leader” pierde la consulta y casidesconoce los resultados. Por lo que muchos piensan –pensamos— que casi hubo la posibilidad de un buen golpe de estado. No hay dudas de que hay astucia. Pero hay respuesta. La historia no falla. Se ha manipulado el REP; se han comprado las voluntades institucionales; se ha transformado la moral del militar venezolano, corrompiéndolo como nunca antes; se ha “homologado” la comunicación, con una imponente presencia gubernamental; se ha hecho de todo para engañar al venezolano y hacerle “comer” la tajada del manjar comunista, pero una terca actitud democrática del pueblo –bien enseñado, tras un buen golpe de estado, el del 18 de octubre del 45— ha impedido su cubanización. Se llega al 26S, muy optimistas todos, muy unidos, pero aceptando la agenda farisaica del régimen y ya vemos, ganamos con los votos, pero perdimos con la Ley. La Ley impuesta, inconsulta, no constitucional, no lógica, no democrática. La Ley electoral del “desorden ordenado”. Ahora entramos en la recta final, “la profundización del proceso”, a despecho de la voluntad popular. Ahora le toca la mayor parte al aparato productivo nacional, amenazadas sus empresas, tras expropiaciones supuestamente justificadas por el interés nacional, mediante una conversión en propiedad social de su gerencia, volviendo los ojos al pasado, a la ilusión comunitaria del marxismo ortodoxo ¿Y en estas condiciones, sin modificaciones a fondo, seguiremos yendo y viniendo, de proceso en proceso, hasta llegar al final que persigue el amo de Miraflores? Respondemos esta pregunta final, la cual nosotros mismos nos hacemos, como se la estarán haciendo muchos venezolanos, con otra más, la que encabeza y titula esta narración, ¿Qué tiene de malo un buen golpe de estado?. Grooscors81@gmail.com.-
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