“LOS RÍOS SIEMPRE VAN A DAR A LA MAR, QUE ES EL MORIR”
(Rafael
Grooscors Caballero)
Si a uno le piden su opinión sobre la
situación política y económica que está viviendo Venezuela y, concretamente, un
juicio sobre sus principales actores, oposición y gobierno, la tendencia
general es a dejarse llevar por las apariencias del fenómeno del día a día y
parcializar las ideas en función de sus específicos deseos y de sus más
legítimos intereses personales. En el caso concreto del autor de estas líneas, la
opinión sería consecuente con la vida de alguien casi
todo el tiempo dedicado si no al análisis, al menos al activismo político,
dentro de una causa, con definidos
perfiles ideológicos y con vínculos en el mundo entero.
Pero en la medida en que el tiempo
pasa y uno vive su vida, la experiencia va acumulando conocimientos, probando y
convalidando pensamientos en su mente, todo lo cual lo hace cada vez menos
vulnerable al fanatismo emotivo y lo ubica en un centro de observación de
prístina transparencia objetiva. En mi caso, cuando, como ahora, hable o
escriba, la mayoría de mis amigos probablemente me encontrarán diferente,
distinto, contrario, al viejo compañero con quien tuvieron el accidente de
convivir. ¿Por qué?
Titulé este artículo robando una frase
inmaculada a uno de los más finos poetas españoles del siglo pasado, Jorge
Manrique. Lo hice, fundamentalmente, por que ya he arribado como a las cumbres
de un ciclo vital, de donde ni siquiera podré descender. Y es que ya no tengo
mucho más que dar, si es que, acaso, di algo alguna vez. Por lo cual, tampoco
tengo ya nada que esperar, en cuanto a retribución por el esfuerzo que ponga al
servicio de un movimiento determinado. Sin dramatismo, tendré que hablar como
hablan los ríos frente al mar.
A Venezuela la usurpó el petróleo y la
hizo depender de él. Cuando el General Gómez, el Benemérito, exhaló su último
suspiro (1935), en el país, en su capital, en su Universidad principal, ya se
había escrito el guion ilustre de la Generación del 28 y en el mundo se
cruzaban, amenazándose, las más duras ideologías contemporáneas, en un puente
que unía a ganadores y perdedores de las dos más grandes guerras mundiales de
la historia universal. Pero en Venezuela, cada vez con mayor fuerza, fluía
petróleo de sus entrañas y los pensadores políticos se envenenaban con su
oxidante embriaguez. La noción de la independencia, conquistada,
históricamente, cien años atrás, se transformaba en un conformismo que hundía
la economía en una enredadora relación de dependencia y confundía el discurso
político, con un palabreo balbuciente de moderado alumno en curso de primaria
elemental. Con el Caudillo muerto, se abren las puertas de la democracia y se
organizan los partidos, así como se establecen conexiones con las grandes
corporaciones mercantiles, para consumir todo, lo político y lo económico, con
los préstamos, intelectuales y comerciales, de los fabricantes de ideas, de
bienes y de servicios, del exterior. Dependencia total. Pagada con petróleo.
Vivimos días heroicos y gloriosos.
Fuimos hasta un paradigma en el Continente, grabando con sangre criolla
capítulos ejemplares para los vecinos ubicados en los cuatro puntos cardinales
de nuestra frontera. Pero en lo político, siempre fuimos cronistas de ideologías
extranjeras y en lo económico, súbditos de los que fabricaban todo lo que
necesitábamos cada vez, en tierras extrañas y distantes. Dependientes.
¿Cómo abordar el día de hoy, la
situación del país, sin tener en cuenta este anticipo de tristeza, el cual nos
muestra más como ignorantes afortunados, que como sabios en el ejercicio de los
pensamientos estratégicos?
El gobierno es un régimen vendido a la
aventura carnavalesca de unos herederos de una ideología vencida, concebida
hace siglos y mil veces fracasada, cada vez que sus adoradores quisieron
llevarla al olimpo de las realizaciones. Terroristas en el Poder que más que
granadas y artefactos explosivos, usan y abusan de la trampa y del engaño, para
mantener en el inculto desposeído la esperanza de un futuro que nunca llegará. Tan
hueco es su discurso, tan débil su presunta fortaleza, que ahora son los
millones de millones de hambrientos quienes llenan de protestas, todos los
días, las calles de todas las ciudades y pueblos grandes del país. Sólo las
bayonetas están de su lado.
Pero la oposición no es, tampoco, lo
mejor. No se puede ser oposición sólo para hacer oposición. La oposición tiene
que tener un círculo de líderes preferidos, pero si no hay en sus manos, en sus
voces, en sus libros, proyectos concretos y factibles, mensajes convincentes,
banderas flameantes que propongan el cambio que justifica la oposición al
gobernante, si esos líderes no tienen grandeza, carisma y credibilidad, esa
oposición no podrá con éxito oponerse a nadie. Desgraciadamente, este parece
ser el caso de Venezuela, en el día de hoy.
Muchos la han pintado como una crisis
de liderazgo, la cual, transcurrido un tiempo, será fácil de superar. Pero, de
verdad, no es así. No tenemos un lenguaje propio y el petróleo nos hizo adictos
a la compra de todo más allá de nuestras fronteras. Somos, intelectualmente,
mendigos. Somos, económicamente, pordioseros. Tenemos que aprender a rebelarnos
contra nosotros mismos y dedicarnos a aprender cómo es que se aprende a ser
creativo e independiente; competitivo y forjador de futuros. Tenemos que dejar
el petróleo en sus pozos y colocar las manos y las mentes, en las herramientas
de la moderna producción, para pensar en una Venezuela superior, desarrollada.
Eso es, desarrollada. Capaz de
competir en el mundo con miles de productos. Con gente muy calificada y bien
remunerada, en sus clases laborales. Con innovadores en sus centros de estudios
y en su academia. Invertir los términos de la relación actual y hacer al
petróleo un esclavo de los venezolanos, para manejarlo como más nos convenga. Y
que no entorpezca nuestro proceso de crecimiento, el cual se debe iniciar y
continuar, porque nunca comenzó.
Una vez o varias veces hablamos de la
“rebelión de las regiones” y siempre insistimos en que no llamábamos a la
abrupta aparición de temerarios guerreros con vocación sangrienta. Hablábamos
del cambio de una cultura que nos hizo dependientes. Hablábamos de lanzar el
grito de la autonomía, para estremecer y motivar a nuestra gente del llamado “interior”,
a no seguir dependiendo también de un solo centro, mezquino, de poder y
promover adentro, aguas abajo, con sus propios recursos, su verdadero
desarrollo. El desarrollo de los Estados es la Rebelión de las Regiones. Ahogar
el presidencialismo grupal, el que siempre beneficia a unos muy pocos frente al
colectivo nacional y colocar a Venezuela a gobernar a Venezuela. La Democracia
Parlamentaria es mucho más útil para pensar en grande y darle sentido, por fin,
a un verdadero esfuerzo revolucionario que nos coloque en las vías del
desarrollo.
grooscors81@gmail.com.-
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