*Vivencia de un portugués que vino a Venezuela en 1950*_
_*¡Cómo me gustaría que muchos
venezolanos leyeran esta verdadera historia que sale del corazón.*_
_*Historia contemporánea de Venezuela
narrada por sus protagonistas.*_
Muchas veces no eres de donde naces;
sino de donde tu corazón ha sido muy feliz.
Eran los años 50, papá me dió un abrazo
en la cocina y se fue al cuarto, no quería verme partir; aún siendo el hombre
de la casa, era menos valiente que mi mamá. Ella, por el contrario, me acompañó
hasta la puerta, allí me dió su bendición y me vió abordar el carro que
esperaba por mí. Dentro estaban un amigo y otro pariente que irían conmigo al
puerto.
Le dí un beso a mamá en la frente y le
dije; nos vemos pronto, aunque ese pronto en realidad fuera una mentira.
El carro se fue alejando, dejando atrás
una juventud marcada por la guerra y la hambruna. Pedí a Dios que protegieran a
mis padres mientras yo estuviese fuera de casa.
Así abandoné Portugal y llegué a un país
llamado Venezuela. Un país tan distinto al mío, donde nadie tenía problemas con
nadie, donde la gente era alegre. Por momentos me preguntaba ¿si acaso era otro
planeta? ¿Por qué nosotros en Europa no podemos ser como ellos?
Trabajé en la construcción por mucho
tiempo, pero una fractura en una pierna me obligó a abandonar ese trabajo. Gané
mucho dinero y logré mandarle a mis padres tanto como pude, para que repararan
la casa y tuviesen para comer.
Al quedarme sin trabajo, debía buscar
algo nuevo; entonces apareció un paisano que era panadero y me ayudó a entrar
como aprendiz donde él trabajaba.
Allí conocí al amor de mi vida, María;
hermana de este paisano llamado Alberto.
Nos casamos y tuvimos 2 hijos.
María y yo trabajamos tan duro como
pudimos y con el tiempo nos rentamos un local en una avenida muy transitada.
Abrimos nuestra propia panadería, a la cual le pusimos PANADERÍA El PORTU,
atendida por Fernando y María.
Vendíamos muchos tipos de panes, pero la
cosa no marchaba bien. Hasta que un día entro un cliente y me dijo:
-Mira, Joao, el problema es que tú debes
vender cosas que le gusten al venezolano, como el cachito, los pasteles y pan
de jamón; ahora que estamos en Navidad.
Por un momento no le hice caso. Yo
estaba seguro que lo que vendíamos era suficiente, pero María me dijo:
-Fernando, intentemos hacer lo que el
hombre nos dice.
Sé que muchos se preguntarán ¿Por qué el
hombre me habría llamado Joao y mi mujer Fernando?
Mi nombre es Fernando, pero aún al día
de hoy no comprendo porque el venezolano a todos los portugueses les llamaban
Joao. Es que incluso en la televisión era frecuente ver personajes de
portugueses y siempre se llamaban Joao. Y a todas las mujeres les decían María.
Suerte que ella sí tenía ese nombre.
Hice caso a mi esposa en que hiciéramos
lo que aquel hombre nos recomendó.
Con el paso de los días nuestro negocio
fue mejorando sus ventas y tuvimos que contratar 3 personas.
Gracias a nuestra Panadería pudimos
pagar los estudios de nuestros hijos que se graduaron en la universidad.
Compramos una casa en Portugal donde
solíamos ir una vez por año para estar con nuestras familias.
Aunque eso lo hacíamos en verano, porque
las navidades las pasábamos en Venezuela; esas fechas allí no se comparaban con
ningun otro lugar del planeta. Aún estando sin familia, estar entre venezolanos
era como tener a toda la familia junta.
Bebíamos chicha de maíz, comíamos asado
negro, ensalada de gallina, hallacas y el imperdible pan de jamón. La música de
Billos y Los Melódicos no podían faltar, así como tampoco las gaitas de Betulio
Medina y Neguito Borjas.
En todas las casas era la misma cosa,
los mismos olores y la misma alegría.
Los fuegos artificiales del 31 adornaban
el cielo de Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, Mérida, Oriente y cada pueblo de
esa hermosa tierra venezolana.
Pensé que allí viviría por siempre y que
mi cuerpo reposaría en sus tierras, pero no. Todo de pronto un día cambió, todo
se derrumbó en pocos años, no hizo falta guerra alguna como la que vivimos en
Europa; simplemente bastó una mala idea comprada por la gente y darle tanto
poder a quienes no debían.
Miles empezaron a emigrar de aquella
hermosa Venezuela que ya no era tan hermosa como antes, mis hijos se fueron,
pero María y yo nos rehusábamos a irnos. Todo se volvió insostenible para
nosotros y el negocio se fué por completo a la quiebra.
Perdimos todo! Entonces no había otra
elección que irnos de nuevo a Portugal; un lugar donde nacimos, pero que no lo
sentíamos nuestro.
Recuerdo haber llorado mucho, un montón
de lágrimas caídas sobre el mosaico del piso en Maiquetia. Ni cuando dejé
Portugal había llorado de esa manera.
Cuando llegué a Venezuela dentro de mis
tesoros más preciados en la maleta se encontraba una foto de mis padres.
Ahora que el viaje era a la inversa,
llevaba conmigo la misma foto de mis padres.
Aterrizamos una tarde de lluvia y frío
en Portugal, los 365 días de calor allí habían terminado para siempre, empezar
de cero y con casi setenta años.
María y yo, tardamos un año intentando
rebobinar nuestro cerebro, adaptarnos a aquel lugar, donde nacimos, pero
que ya hacía tantos años que habíamos dejado de sentirnos parte de ello.
Mientras tomábamos un café, María me
dijo:
-Abramos una panadería. Aún tenemos algo
de dinero para rentar un local aquí.
-María, ya no somos tan jóvenes.
-Pues, yo no me siento así, además no
pienso pasarme los años que me queden, deprimida extrañando mi país.
Muchos familiares y paisanos nos
criticaban por hablar así; pero sólo quien ha vivido en Venezuela, sabe lo que
se siente en el corazón al estar lejos de ella.
Entonces hice caso una vez más a María y
rentamos un local. Abrimos una panadería en una popular zona de Lisboa.
Mandamos a hacer un aviso inmenso
con el nombre del negocio,
*PANADERÍA EL VENEZOLANO*; atendida por
María y Joao.
Pues sí, Joao el venezolano. Fernando,
el portugués, ya hacía mucho que no existía.
Pintamos un mural inmenso con imágenes
del Obelisco de Barquisimeto, el puente sobre el lago de Maracaibo, el parque
Canaima, el teleférico de Mérida, las playas de Morrocoy, de Choroni y de
Oriente.
En Navidad seguimos celebrando nuestra
cena al estilo venezolano y recalentando las hallacas y el pan de jamón el 25
de Diciembre y el 1° de Enero.
Sigo alzando mi copa y cantando:
AMIGO, EN ESTA NOCHE MUERE UN AÑO, LA
VERDAD PARECE EXTRAÑO QUE SE VAYA TAN LIGERO...
Sigo alzando mi copa y deseando que a
cada venezolano que allá se quedó, que Dios le bendiga y le proteja; que a cada
venezolano que se fué, le vaya bien y que esto simplemente sea una pausa en su
vida para un pronto regreso.
¡GRACIAS VENEZUELA! PORQUE TODO TE
LO DEBEMOS A TÍ !
AUTOR: UN PORTUGUÉS CRIOLLO (¿JOAO o FERNANDO?)
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