LA BENDICIÓN DE LA
NAVIDAD
(Rafael
Grooscors Caballero)
Podemos no creer en los testimonios
bíblicos, ni en los nutrientes religiosos de nuestra cultura. Podemos
sembrarnos de energía positiva y sentir que somos, por sí mismos, todo lo que
el mundo vale. Ser orgullosos y engreídos, posesos de nuestra propia vitalidad,
despreciativos con respecto al otro, desbordados ante la naturaleza y
enaltecidos ante lo que vemos de la
humanidad. Podemos ser así y no mirarnos, de verdad, en el espejo del
día a día. No ver los ojos de quienes nos aman, ni sentir sus besos, ni
responder a las bendiciones que nos dan. Pero no podemos negar que tenemos un
alma, un espíritu, un halo misterioso, un no sé qué de cordura interior que nos
empuja a creer en la palabra ajena, en su propuesta, en la mano extendida, en
la sonrisa voluntaria, en el movimiento rítmico de quien invisiblemente nos
acompaña y descubrir entonces que hay una razón superior para que nos llamen
hombre. Incluso, cuando odiamos, somos
hombre –hombre y mujer-- y porque lo somos, amamos, muy sutilmente, pero amamos,
a quien odiamos. El hombre no se puede rechazar a sí mismo. Es solidario con la
creación. La naturaleza es Dios. Todas las flores del mundo, todas las aguas,
todo el sol, todo lo que anda a nuestro alrededor, lo que vive, brota y muere a
cada instante, es la obra de Dios, de la naturaleza. Y toda esta pequeña
grandeza parece concentrarse, impávida, incólume, radiante, en estos últimos
días de cada año. Es la bendición de la Navidad. Volvemos a encontrarnos y aun
cuando nos damos cuenta que lo que no existe es lo que creemos que es el
pasado, porque siempre está presente y camina a nuestro lado, esperamos la
llegada inmediata del futuro. ¡Que Dios te Bendiga, hermano y que nos ayude a
seguir estando juntos, para siempre! Feliz Navidad.
Caracas,
23 de Diciembre de 2014
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